Mao Tse Tung antes de ser "comunista"

 

 
A Mao nunca le importó la ideología ni el idealismo; su íntima e intrincada relación con Stalin se remonta a los años veinte y fue decisiva para alzarle al poder; saludó con buenos ojos la ocupación japonesa de buena parte de China; y labró su camino por medio de conjuras, chantajes y envenenamientos. Después de conquistar China, a partir de 1949 tuvo el secreto objetivo de dominar el mundo. En la persecución de esta fantasía demencial causó la muerte de 38 millones de personas en la mayor hambruna de la historia. En conjunto, bajo el gobierno de Mao perecieron, en tiempos de paz, más de 70 millones de seres humanos.
 
Nada indica que las raíces campesinas de Mao despertaran en él inquietud social alguna y mucho menos que lo impulsara un profundo sentido de la justicia. En su diario, Yang Changji, uno de los profesores de Mao, escribió (en la entrada correspondiente al 5 de abril de 1915): «Mi alumno Mao Zedong ha dicho que su clan está integrado en su mayoría por campesinos y que para ellos es fácil ser ricos» . Mao no daba pruebas de sentir una particular simpatía por los campesinos a pesar de ser él uno de ellos, los despreciaba por su nivel cultural inferior.
 
A finales de 1925, con treinta y un años, y cinco después de haberse hecho comunista, Mao hacía muy escasas referencias a los campesinos en sus conversaciones y escritos conocidos. Abundaban en una carta de agosto de 1917, pero lejos de expresar simpatía, Mao afirmaba que la forma en que un comandante llamado Zeng Guofan había «liquidado» la mayor revuelta campesina de la historia de China, la Rebelión de Taiping (1850-1864), le había dejado «admirado». Mao se burlaba de sus compatriotas. «La gente del campo tiende a la inercia —dijo—, es su naturaleza. Veneran la hipocresía, se contentan con ser esclavos, les gusta la estrechez de miras».

En el invierno de 1917-1918 cumplió veinticuatro años. Todavía como estudiante, anotó extensos comentarios en un libro titulado A System der Ethik [«Un sistema de ética»] escrito por un filósofo menor de finales del siglo XIX, el alemán Friedrich Paulsen. En esas notas, Mao puso de manifiesto los rasgos básicos de su propio carácter. En realidad, esos rasgos no se alterarían en las seis décadas que le quedaban de vida y definen bien lo que fue su gobierno.

Su actitud moral giraba en torno a un solo núcleo, el «yo», que estaba por encima de todo lo demás:

<<Yo no estoy de acuerdo con la opinión de que para actuar según la moral, el motivo de las propias acciones ha de ser el beneficio de los demás. No hay por qué definir la moral en relación con los demás [...] Las personas como yo queremos [...] dar satisfacción a nuestro corazón de forma plena y al hacerlo poseemos, automáticamente, el más elevado de los códigos morales. Por supuesto que en el mundo hay sujetos y objetos, pero están ahí tan sólo para mí>>

Mao evitaba todas las limitaciones que pudieran imponer la responsabilidad y el deber:

<<Las personas como yo sólo tenemos un deber con nosotros mismos; ningún deber nos vincula a los demás». «Sólo soy responsable de la realidad que conozco —escribió—y en absoluto responsable de nada más. Nada sé del pasado, nada sé del futuro. No tienen nada que ver con la realidad de mi propio ser>>

<<Algunos dicen que tenemos una responsabilidad con la historia. Yo no lo creo. A mí lo único que me preocupa es mi propio desarrollo [...] Yo tengo mi deseo y actúo sobre él. No soy responsable ante nadie>>
 
Mao no creía en nada de lo que no pudiera extraer un beneficio personal. Un buen nombre tras la muerte, decía, <<no puede reportarme ninguna satisfacción porque pertenece al futuro y no a mi propia realidad, las personas como yo no acumulamos éxitos o hazañas para las generaciones futuras>>. A Mao no le importaba lo que pudiera dejar en herencia, ni le importaba tampoco ser juzgado por la historia como uno de los mayores criminales de la historia, sino el mayor de los genocidas, sólo le importaba la satisfacción personal.

El egoísmo absoluto y la irresponsabilidad más completa se encuentran en el núcleo del pensamiento de Mao. Son atributos que, en su opinión, están reservados a «los Grandes Héroes», grupo en el que él mismo se incluía. De esta élite, afirmaba:

<<Todo lo que está fuera de su naturaleza, como las restricciones y los límites, ha de ser barrido por la gran fuerza de su naturaleza [...] Cuando los Grandes Héroes dan rienda suelta a sus impulsos, son magníficamente poderosos, violentos e invencibles. Su poder es como el huracán que surge de una profunda garganta, como un maniaco del sexo en plena excitación y en busca de una amante [...] no hay forma de pararlos>>

En esas notas escritas en su ejemplar de «Un sistema de ética», Mao manifiesta otro elemento central de su carácter: su gusto por la agitación y la destrucción. «Las guerras gigantes —escribió— durarán lo que duren el Cielo y la Tierra y jamás tendrán fin [...] El ideal de un mundo de Gran Equidad y Armonía [da tong, la sociedad utópica de Confucio] es equivocado».

<<Una paz duradera resulta insoportable para los seres humanos y hay que crear maremotos de perturbación en ese estado de paz [...] Si nos fijamos en la historia, nos deleitamos en esos tiempos [de guerra] en que los dramas se suceden uno detrás de otro [...] por lo cual, leer sobre ellos constituye una gran diversión. Cuando llegamos a los periodos de paz y prosperidad, nos aburrimos [...] A la naturaleza humana le gustan los cambios rápidos y repentinos>>

Con gran simpleza, Mao elimina la distinción entre leer acerca de acontecimientos conmovedores y vivir de cataclismo en cataclismo. Ignora el hecho de que, para la mayoría de las personas, la guerra es sinónimo de desgracia.
 


Incluso articula una actitud caballeresca hacia la muerte:


<<Los seres humanos están dotados del sentido de la curiosidad. ¿Por qué en esto la muerte ha de ser diferente? ¿Acaso no deseamos experimentar cosas extrañas? La muerte es lo más extraño y jamás la experimentaremos si continuamos viviendo [...] Algunos la temen porque el cambio sobreviene de un modo drástico, pero yo creo que eso es precisamente lo más maravilloso: ¿en qué otra cosa de este mundo se puede encontrar un cambio tan drástico y fantástico?>>

Mao prosigue utilizando una primera persona del plural muy regia:

<<A nosotros nos encanta surcar el mar de la agitación. Ir de la vida a la muerte es experimentar la mayor de las transformaciones. ¡Es espléndido!>>
 
El legado del comunismo ¡¡¡Nunca más!!!

En un principio, esta manifestación puede parecer surrealista, pero más tarde, cuando millones de chinos se morirían de hambre bajo su égida, Mao manifestó en el seno de su círculo de confianza que el hecho de que la población muriese importaba muy poco —había, incluso, que celebrar la muerte—. Como en tantas otras ocasiones, aplicaba a los demás un rasero distinto que a sí mismo. Porque lo cierto es que Mao se pasó la vida buscando formas de burlar a la muerte, haciendo cuanto estaba en su mano por perfeccionar su seguridad y mejorar la atención médica que recibía.

Estas opiniones, expresadas con tanta claridad ya a los veinticuatro años, constituyen el núcleo del pensamiento de Mao. En 1918 pocas posibilidades había de que las pusiera en práctica y no tuvieron ninguna consecuencia, pero tristemente este psicópata llegó a gobernar el país mayor poblado del planeta, y entonces pudo desatar todo el sadismo que guardaba desde jovencito.
 
 
Texto copiado del libro "Mao, la historia desconocida". Descargar en epub
 
 

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