La instrucción integral. M. Bakunin



La primera cuestión que hemos de considerar hoy es ésta: ¿Podrá ser completa la emancipación de las masas obreras mientras reciban una instrucción inferior a la de los burgueses o mientras haya, en general, una clase cualquiera, numerosa o no, pero que por nacimiento tenga los privilegios de una educación superior y más completa? ¿Plantear esta cuestión no es comenzar a resolverla? ¿No es evidente que entre dos hombres dotados de una inteligencia natural más o menos igual, el que más instruido sea, cuyo conocimiento se haya ampliado por la ciencia y que comprendiendo mejor el encadenamiento de los hechos naturales y sociales, o lo que se denominan las leyes de la naturaleza y la sociedad, comprenderá con más facilidad y más ampliamente el carácter del medio en el que se encuentra, que se sentirá más libre, que será prácticamente tan hábil y fuerte como el otro? 

Quien sepa más dominara naturalmente a quien menos sabe y no existiendo en principio entre dos clases sociales más que esta sola diferencia de instrucción y de educación, esa diferencia producirá en poco tiempo todas las demás y el mundo volverá a encontrarse en su situación actual, es decir, dividido en una masa de esclavos y un pequeño numero de dominadores, los primeros trabajando, como hoy en día, para los segundos. 

Se entiende ahora por qué los socialistas burgueses no piden más que instrucción para el pueblo, un poco más de lo poco de ahora, y por qué nosotros, demócratas socialistas, pedimos para el pueblo instrucción integral, toda la instrucción, tan completa como la requiere la fuerza intelectual del siglo, a fin de que por encima de la clase obrera no haya de ahora en adelante ninguna clase que pueda saber más y que precisamente por ello pueda explotarla y dominarla. 

Los socialistas burgueses quieren el mantenimiento de las clases, pues cada una debe, según ellos, representar una función social diferente. Una, por ejemplo, la abolición completa y definitiva de clases, la unificación de la sociedad y la igualdad económica y social de todos los individuos de la tierra. Ellos querrían, conservándolas, aliviar, aminorar y disimular las bases históricas de la sociedad actual, la desigualdad y la injusticia, que nosotros queremos destruir. De lo que resulta que entre los socialistas burgueses y nosotros no es posible acuerdo, conciliación ni coalición alguna.

Pero, se dirá -y este es el argumento que a menudo se nos opone y que los señores doctrinarios de todos los colores consideran irresistible- es imposible que la humanidad entera se dedique a la ciencia: moriría de hambre. Es preciso, por tanto, que mientras unos estudian otros trabajen para producir los objetos necesarios para vivir ellos en primer lugar y después para los hombres que se han dedicado exclusivamente a trabajos intelectuales; pues estos hombres no trabajan sólo para ellos: sus descubrimientos científicos, además de ampliar el conocimiento humano, ¿no mejoran la condición de todos los seres humanos, sin excepciones, al aplicarlos a la industria y a la agricultura y, en general, a la vida política y social? Sus creaciones artísticas, ¿no ennoblecen la vida de todo el mundo?

Pero no, no de todo el mundo. Y el reproche más grande que tendríamos que dirigir a la ciencia y a las artes es precisamente el no extender sus beneficios y el no ejercer su influencia útil más que sobre una mínima parte de la sociedad, excluyendo y por consiguiente perjudicando a la inmensa mayoría. Hay se puede afirmar acerca del progreso de la ciencia y de las artes lo que se dice, y con toda razón, en los países más civilizados del mundo, acerca del prodigioso desarrollo de la industria, del comercio, del crédito, de la riqueza social, en una palabra. 

Esta riqueza es totalmente exclusiva y tiende hacerlo cada día más, al concentrarse siempre en manos de unos pocos y arrojar a la pequeña burguesía, a las capas inferiores de la clase media, hacia el proletario, de manera que ese desarrollo esta en razón directa de la miseria creciente de las masas obreras. Así resulta que se abre cada día más el abismo que ya separa  a la minoría feliz y privilegiada de los millones de trabajadores que la hacen vivir con el trabajo de sus manos, y que mientras más felices son los felices explotadores del trabajo popular, más desdichados son los trabajadores, que se recuerde, frente a la fabulosa opulencia del gran mundo aristocrático, financiero, comercial e industrial de Inglaterra, la situación miserable de los obreros de ese mismo país; que se lea y relea la carta, tan ingenua y desgarradora a la vez, escrita hace poco por un inteligente y honesto orfebre de Londres, Walter Dugan, que se ha envenenado voluntariamente con su mujer y sus seis niños para escapar a las humillaciones de la miseria y a las torturas del hambre; entonces habrá que confesar que esta civilización tan glorificada no significa, desde el punto de vista material, más que opresión y ruina para el pueblo.

Y ocurre igual con los modernos adelantos de la ciencia y las artes. Son inmensos estos progresos, es verdad. Pero mientras más extraordinarios son, más se convierten en causas de esclavitud intelectual y, por tanto, material; origen de miserias e inferioridad para el pueblo, pues también ellas ensanchan la distancia que ya separa la inteligencia popular de la de las clases privilegiadas. La primera, desde el punto de vista de la capacidad natural, está hoy evidentemente menos hastiada, menos usada, menos sofisticada y menos corrompida por la necesidad de defender intereses injustos y es, por consiguiente, más fuerte que la inteligencia burguesa; pero, en cambio, esta última posee todas las armas de la ciencia y estas armas son formidables. Sucede a menudo que un obrero muy inteligente se ve obligado a enmudecer ante un erudito tonto, que le hace callar no por mayor finura de espíritu, de la que carece, sino por instrucción, de la que el obrero ha sido privado y que el otro a podido recibir, pues mientras su necedad se desarrollaba científicamente en las escuelas, el trabajo del obrero le vestía, le daba casa, le alimentaba y la proporcionaba todo, los maestros y los libros necesarios para su instrucción.

Sabemos muy bien que el grado de ciencia que se imparte a cada uno no es igual, incluso dentro de la clase burguesa. Entre ello existe también una escala, determinada por la capacidad de los individuos, sino por la mayor o menor riqueza de la capa social donde han nacido; por ejemplo, la instrucción que reciben los niños de la pequeña burguesía es casi igual a aquella que consiguen los obreros, y casi nula en comparación de la que la sociedad reparte generosamente a la alta y media burguesía. ¿Qué vemos, además? Vemos a la pequeña burguesía que no esta sujeta a la clase media más que por una vanidad ridícula, por un lado, y su dependencia frente a los grandes capitales, por otro, y que se encuentra a menudo en una situación más miserable y mucho más humillante que la del proletariado. 

Cuando hablamos de clases privilegiadas, no nos referimos a esta pobre pequeña burguesía, que si tuviera un poco más de inteligencia y de coraje, no tardaría en venir a unirse a nosotros para combatir a la alta y media burguesía, que hoy la aplasta tanto como al proletariado. Y si el desarrollo económico de la sociedad continuara en esta dirección una decena de años más, cosa que, por otra parte, nos parece imposible, veríamos todavía a la mayor parte de la burguesía media caer en la situación actual de la pequeña burguesía media, primero, para irse un poco más tarde a perder en el proletariado, siempre gracias a esta fatal concentración en un número de manos cada vez más restringido, lo que tendría como consecuencia infalible dividir definitivamente a la sociedad en una pequeña minoría excesivamente opulenta, instruida, dominante, y una inmensa mayoría de proletarios miserables, ignorantes y esclavos.

Hay un hecho que debe impresionar a los espíritus escrupulosos, a todos los que aprecian sinceramente la dignidad humana, la justicia, es decir, la libertad de cada uno en la igualdad y por la igualdad de todos. Se trata de que todas las invenciones de la inteligencia, todas las grandes aplicaciones de la ciencia a la industria, al comercio y a la vida social en general, sólo han aprovechado hasta ahora a las clases privilegiadas y a la soberanía de los Estados, protectores eternos de todas las iniquidades políticas y sociales, jamás a las masas populares. 

No tenemos más que nombrar las máquinas para que cada obrero y cada partidario sincero de la emancipación del trabajo, nos dé la razón. ¿Gracias a qué fuerza las clases privilegiadas se mantienen aún hoy con toda su insolente felicidad y sus goces inicuos, contar la indignación tan legitima de las masas populares? ¿Es por una fuerza que les es propia, inherente a ellas? No, es únicamente por la fuerza del Estado, en el que, por otra parte, sus hijos desempeñan hoy, como lo han hecho siempre, todas las funciones dominantes, e incluso todas las funciones medianas e inferiores, salvo las de trabajadores y soldados. ¿Y qué es lo que constituye principalmente toda la fuerza de los Estados? La Ciencia.

Sí, la ciencia. Ciencia de gobierno, de la administración, ciencia de los negocios; ciencia de esquilar los rebaños populares sin hacerles gritar demasiado y cuando comienzan a gritar, ciencia de imponerles silencio, paciencia y obediencia por medio de una fuerza científicamente organizada; ciencia de engañar y dividir a las masas populares, de mantenerlas siempre en una saludable ignorancia para que no puedan nunca, ayudándose y uniendo esfuerzos, crear un poder capaz de derribarlos; ciencia militar ante todo, con todas sus armas perfeccionadas, y esos formidables instrumentos de destrucción que maravillan; ciencia del genio, en fin, que ha creado los barcos de vapor, los ferrocarriles y los telégrafos; ferrocarriles que, utilizados en la estrategia militar, multiplican por diez el poder defensivo y ofensivo de los Estados; telégrafos que, al transformar cada gobierno en una maquina de cien de mil brazos, hacen posible su presencia intervencionista y triunfante en todas partes, creando las más formidables centralizaciones políticas que hayan existido nunca.

¿Quién puede, pues, negar que todos los progresos científicos han servido hasta ahora, sin excepción, para el enriquecimiento de las clases privilegiadas y para aumentar el poder de los Estados, en detrimento del bienestar y de la libertad de las masas populares, del proletariado? 


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