Una revisión que se impone. Piotr Kropotkine (1908)



Artículo aparecido en "Acracia", suplemento del Tierra y Libertad (segunda época) inspirada en la publicación homónima de los ’80 del siglo XIX. 

La publicación mensual de "Acracia" nace en enero de 1886 en Barcelona de la mano de Rafael Farga, Pellicer y otros tipógrafos. Se publicará hasta junio de 1888. 


Algunos autores consideran que es una de las publicaciones más importantes del anarquismo español. Se dedicó a divulgar las corrientes de pensamiento y a crear un cuerpo de doctrina para analizar las bases teóricas del anarquismo. 

En esta revista escribieron: Anselmo Lorenzo, Tarrida del Mármol, Cels Gomis y Teobaldo Nieva, entre otros autores. Durante los años 1908 y 1909 la publicación “Tierra y Libertad” publicaba un suplemento con este mismo nombre, y a partir de 1933 se editó una revista en Lleida. 


Habíamos leído en Temps Nouveaux el presente artículo de Kropotkine, y estábamos bajo la impresión del agradable efecto que causa la verdad en su grandiosa y sana belleza, cuando vino a nuestras manos el Heraldo de Madrid dedicado al Congreso Socialista Español.

La lectura de aquella prosa de los prohombres del Partido Obrero, no del socialismo español, que cae tan por completo bajo la crítica del autor de "La Conquista del Pan", nos inspiró el deseo de traducirle, con la idea de que circule entre los trabajadores, especialmente entre los afiliados a ese partido obrero destinado a cotizar y a votar a ratos perdidos, a no ser subvencionados ni votados nunca y a dormirse en una vana esperanza de reformas y mejoras hasta que la triste realidad les sume en el fondo del escepticismo más abrumador.

Comprendan de una vez los trabajadores que el socialismo del Partido Obrero Español, lo mismo que el de todos los partidos obreros del mundo, es la aspiración a formar y emancipar el Cuarto Estado, abusando de la fuerza y de la ignorancia de las masas proletarias, que quedarían convertidas en un Quinto Estado irredimible. Y que si invoca la tradición de La Internacional es a la manera que los curas invocan el Evangelio, negando su doctrina e imponiendo la propia autoridad dogmática.

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Una revisión que se impone

Ya en 1895, en una serie de artículos publicados en los primeros números de Temps Nouveaux , señalábamos la detención que se hacía en el desenvolvimiento de la idea socialista propiamente dicha, y decíamos se imponía una revisión seria de lo que se enseñaba a los trabajadores con el nombre de socialismo, so pena de ver degenerar la gran idea señora del siglo XIX y de gangrenar todo el movimiento proletario.

Desde entonces el peligro que señalábamos fué en aumento y la necesidad de revisar lo que hoy se llama y enseña en los medios que se llaman «socialistas» se hace sentir más y más en Francia , en Italia, en Suiza y en la misma Alemania entre los social-demócratas.

Se nos preguntará sin duda si se puede hablar de detención en el desenvolvimiento del socialismo cuando de una parte el número de votos obtenidos en las elecciones por los social-demócratas continúa en aumento, y por otra se produce lo que se llama «una difusión de las ideas socialistas» en medios que anteriormente eran abiertamente hostiles al socialismo.

Precisamente el hecho de que se llegue a tomar un aumento de votos obtenidos por los social-demócratas o algunos ensayos de capitalismo gubernamental por una difusión de la idea socialista , el hecho de haber de tal modo olvidado el sentido de la palabra «socialismo», es lo que se presta a semejante confusión, lo que constituye a nuestros ojos el verdadero peligro.

Felizmente este peligro comienza al fin a ser reconocido hasta en los medios de Alemania y de la Suiza alemana, que son los que más han contribuido a crear esta enojosa confusión.

Tomemos un ejemplo concreto

El Journal des Débats, resumiendo el otro día la última sesión parlamentaria, hacía esta observación: «El ministerio de M. Clemenceau es antisocialista—decía el periódico burgués,— y, no obstante , ¿no es admirable que haya hecho votar leyes completamente socialistas?» Y el periódico citaba la reversión de los ferrocarriles del Oeste y el proyecto de impuesto sobre la renta como leyes «socialistas».

¿Pensaréis quizá que los escritores social-demócratas franceses, sobre todo sus pensadores, se habrán apresurado a corregir el error voluntario o no de los Débats? ¿Le habrán dicho que el ministerio antisocialista permanece fiel a su idea de combatir el socialismo, que no ha hecho sino leyes que, en la idea de los burgueses, sirven de dique al socialismo, que forman parte de un vasto sistema de legislación encaminado a paralizar el socialismo, sistema que trata de retardar los movimientos obreros socialistas y que consolida durante este tiempo las fuerzas de la burguesía; sistema que procura y consigue hasta cierto punto escamotear el socialismo? ¿No es esto lo que habrían dicho al apreciar el reciente trabajo legislativo de la Cámara?

Pues no, os habéis equivocado. Es justamente lo contrario lo que se ha dicho para responder a los Débats, como no se ha cesado de decir en Alemania, desde hace veinte años, en la prensa social-democrática en ocasiones parecidas. Hacer la reversión al Estado de un ferrocarril o apoderarse del monopolio de los bancos o del comercio de los alcoholes, es hacer «leyes de tendencias socialistas». Esto se viene escribiendo durante más de un cuarto de siglo con todas sus letras; tanto y de tal modo, que el obrero —aquel al menos que en sus grupos es considerado como «consciente» — llegue a creer que, en efecto, democracia, capitalismo gubernamental y socialismo es todo uno.

Permaneced demócratas y, a pesar vuestro, os convertiréis en un socialista como ese pobre Clemenceau o ese soñador de Balfour que hacen «socialismo» sin apercibirse cuando el uno hace votar la reversión del Oeste y el otro vota las pensiones obreras pagadas por el Estado.

Añádase que otros — los nacionalistas franceses — no dejarán de agregar a este dúo de socialistas «inconscientes» su querido aliado Nicolás II, quien también ha dejado hacer la reversión de todos los Oeste, Este, Norte y Sur rusos, y hoy emplea la renta de los ferrocarriles «nacionalistas» (en buena sociedad se llama eso nacionalizar) en asesinar a sus súbditos, cubriendo los déficits de los ferrocarriles con empréstitos al 7 por 100 para los prestamistas y 10 por 100 de comisión para los banqueros. En Alemania se agrega todavía a esta sociedad de socialistas, a pesar suyo, Bismark, que introdujo mucho antes que el inocente Balfour las pensiones de vejez pagadas por el Estado.

Todos, socialistas y vosotros trabajadores, no tenéis más que dejar hacer a los burgueses. El socialismo, a creerlos, marcha por sí solo.

Ciertamente ha llegado a todos nosotros, propagandistas anarquistas o socialistas, el momento de decir que todo en la sociedad actual el desenvolvimiento de las fuerzas productivas del hombre, el desarrollo de su sentimiento igualitario y las mismas guerras que se hacen entre sí las burguesías de diversos Estados por la conquista de mercados, todo esto contribuye a que en un momento dado se aproxime la revolución social ¡Todo!

Pero con una condición absolutamente necesaria: ¡la de no dejarse engañar por la burguesía!, la de saber adonde vamos, la de concebir bien el fin del socialismo: la abolición y no la conservación de la explotación del hombre por el hombre. Si desaparece esta comprensión del fin, se podrá trastornar y matar tanto como se quiera, pero la revolución no será social ni nos acercará siquiera a la «revolución social».

¡Pongamos término al equívoco! Ya es tiempo de concluir con esta mascarada de demócratas disfrazados de socialistas. Ya es tiempo de decir altamente que social-demócrata y socialismo son dos cosas distintas. Precisamente porque la social-democracia es un compromiso entre el socialismo obrero y el individualismo burgués, compromiso que conserva por completo el derecho del rico a explotar al pobre, y que no trata sino de dulcificar un poco las formas de esa explotación - abandonando a los tiempos futuros el cuidado de abolirla un día, si la sociedad no perece antes bajo la explotación como tantas otras sociedades han perecido - y precisamente porque es un compromiso tiende a perpetuar la explotación, aun cuando fuese mitigada para una parte de los explotados. 

Sí, la social-democracia es la negación del socialismo. Ya es tiempo también de decir bien alto que eso que se ha llamado «la difusión de las ideas socialistas» no es en realidad sino la difusión en los medios burgueses de consideraciones sobre la oportunidad de partir con una mínima parte de los trabajadores una parte infinitesimal de la inmensa creación de riquezas que se ha hecho en estos últimos treinta años. Es un medio seguro de dividir la clase obrera, haciendo pasar a una clase intermediaria de obreros aburguesados y de funcionarios obreros, una cierta parte de los explotados, el medio de crear un cuarto estado para retener la gran masa bajo la férula de los capitalistas.

De otra parte , introducir ciertas ligeras mejoras en la instalación de las grandes explotaciones, como también en los alojamientos y modo de vida de la clase obrera —y decir que esto es el socialismo o una orientación hacia el socialismo cuando el burgués sabe que es el medio de aumentar la fuerza productiva del obrero sin afectar en manera alguna la parte de león que percibe el capitalismo— es engañar miserablemente a la clase obrera .

Y entregar al Estado burgués toda la industria del transporte y circulación sobre los ferrocarriles, es aumentar proporcionalmente la fuerza de que el Estado burgués dispone para la defensa del capitalista , como se acaba de ver de una manera notable en Rusia.

He aquí por qué es necesario revisar los programas sedicentes socialistas, ver qué queda todavía de vagamente socialista en esos programas-compromisos y formular las aspiraciones de la masa obrera a fin de eliminar el veneno que los acólitos de la burguesía han introducido. Trataremos de hacerlo en una serie de artículos.

P. Kropotkine


Cuanta razón tenía el maestro Piotr...

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