Ángel Pestaña Lo que yo vi [Pdf & epub]




Texto íntegramente copiado del libro "Lo que yo vi" de Ángel Pestaña. [Descargar epub][Descargar en Pdf]

Sabíamos, y los bolcheviques mismos nos lo habían confirmado, que el decreto declarando la tierra propiedad nacional siguió las huellas que le trazara el Congreso pan-ruso campesino celebrado a últimos de julio de 1917, estando todavía Kerensky en el poder.De los informes recogidos en nuestras indagaciones, sacamos la conclusión de que el hecho real del reparto de tierras se había efectuado con anterioridad a la promulgación del decreto bolchevique. Al preguntar a nuestro informante oficial si eran ciertas nuestras informaciones, las confirmó plenamente, objetando, no obstante, que el reparto, en muchas regiones, había sido una añagaza de los propietarios para sustraerse a los efectos de la disposición oficial.


Ocurría con mucha frecuencia, dijo, que los propietarios se ponían de acuerdo con sus antiguos obreros, declarando ante el Soviet local que las tierras de los primeros habían sido repartidas entre los segundos. Los obreros, incautos y temerosos de por si volvía lo pasado, prestaban su aquiescencia a esta superchería, y el propietario seguía en el disfrute pleno, aunque oculto, de sus propiedades. Descubierto el engaño, constituyéronse los Comités de pobres, es decir, de aquellos que nunca habían tenido propiedad alguna y que, en avalanchas, abandonaron las ciudades dirigiéndose al campo a participar en el reparto de las tierras.

Los componentes de estos Comités, como no tenían compromiso alguno con los propietarios y, además, comprendían mejor que el campesino el alcance de la revolución, descubrieron los engaños y procedieron, de acuerdo con los Soviets locales, a un nuevo reparto de las tierras. Resultado de la acción de estos Comités y del nuevo reparto de las tierras que propusieron, fueron las primeras luchas que ensangrentaron al país. Los antiguos propietarios, al igual que los obreros a quienes se les había repartido tierras, opusiéronse resueltamente a las divisiones de los Comités de pobres, teniendo que intervenir el Gobierno para zanjar diferencias.

Pero los conflictos arreciaban. Los desposeídos por los Comités de pobres organizaron la resistencia, adquiriendo caracteres de guerra civil. El Gobierno, sin embargo, no podía desamparar a los Comités de Pobres, puesto que les había dado vida y poderes casi omnímodos, hallándose ante un conflicto que ponía en peligro su propia seguridad y existencia. Entonces, continuó nuestro informante, vino el decreto del año 1919 disolviendo los Comités de Pobres. Fue este decreto uno de los triunfos más resonantes de Lenin en el seno del Partido Comunista.


La oposición a que se dictara era fuertísima; pero Lenin hubo de hacerles ver los peligros que corría Rusia de encenderse en una verdadera guerra civil, mil veces más peligrosa que las intentonas de Yudenich, Denikine y demás lacayos de la burguesía mundial. Fue precisa toda la autoridad del jefe para triunfar de la oposición.

A partir de este momento, las funciones desempeñadas por los Comités de Pobres pasan a los Soviets locales, zanjando así uno de los mayores peligros corridos por el Gobierno sovietista.

—Y a los pequeños propietarios, a los que ya en el antiguo régimen lo eran de unas hectáreas de tierra que les permitían justamente vivir a ellos y los suyos sin explotar el trabajo ajeno, a estos, ¿cómo los ha tratado la revolución? ¿Qué prevenciones ha tomado para desposeerlos el Gobierno?

—Ninguna. Estos han continuado como anteriormente. Únicamente, una vez hecha la recolección y retirada la parte que como racionamiento les corresponda según las estadísticas oficiales, deben entregar el resto a los empleados del Comisariado de Aprovisionamiento. En el régimen de propiedad de la tierra que poseían, nada ha variado; en lo demás están sujetos a las disposiciones que el Gobierno dictó.

—Si —respondimos nosotros—. Algo así como lo que ocurre con los propietarios de una casa pequeña. Siguen siendo propietarios de la casa, pero no pueden disponer de ella. Es un derecho de propiedad intervenido; más bien imaginario que real; algo muy diferente de cómo entiende el derecho de propiedad la burguesía mundial y los Códigos de todas las naciones.

—Algo de eso viene a ser —contestó nuestro interlocutor.


—¿Es cierto —preguntamos— que en muchísimos casos, los campesinos abandonan las tierras que les han correspondido en el reparto y uniéndose en grupos se trasladan de lugar para labrar en común las tierras baldías prescindiendo de toda intervención oficial?

—Cierto —nos contestó el informante—. De esos casos pueden citarse muchos, sobre todo en los confines de la Rusia Central y de la Ukrania. En estas regiones, obedeciendo los campesinos a impulsos naturales, mancomunan sus esfuerzos y se trasladan de un lado para otro y cultivan tierras que están abandonadas. Pero el Gobierno se ha opuesto siempre a esos procedimientos.

—¿Y a qué se cree obedece ese impulso del campesino?

—A sustraerse a las cargas oficiales e impuestos del Gobierno. Como no podemos pagarles sus productos en especies, ya sea en máquinas, ropas u otros utensilios, no quiere cedernos lo que les sobra. Al rublo soviético no le concede ningún valor. Hasta hace bien poco tiempo tenía más valor, entre los campesinos, el rublo zarista que no el soviético. Ahora ya va cambiando. La estabilidad del Gobierno contribuye a ello.

Así se vivía en Ukrania mientras que en Moscú, los prebostes rojos comían caviar a dos carrillos
Las disposiciones del partido gobernante, más que a mejorar o desarrollar las instituciones y el espíritu comunista del campesino ruso, vinieron a ser una traba, un estorbo, un obstáculo que impedía su pleno desarrollo y desenvolvimiento. No era un comunismo de cuartel o de convento, como el que imponían los bolcheviques desde el Poder, lo que quería y anhelaba el campesino ruso; era un comunismo libre, autónomo, independiente, salido de su propia voluntad y de su esfuerzo fecundo y creador, Y por haberle negado este derecho surgió la lucha, que costó miles de vidas y lagos de sangre. Soldados y delegados comunistas encargados de la requisición, muertos y bárbaramente mutilados, aldeas totalmente incendiadas y niños, mujeres y ancianos, cazados como fieras y sirviendo de blanco a las mortíferas ametralladoras: este es el balance de la política bolchevique. Cuando el campesino ruso se vio obligado a trabajar en condiciones onerosas, y vio todas sus instituciones propias, como los Artels y los Mires, modificados a capricho y antojo de un Gobierno que le confiscaba y arrebataba por la fuerza los productos que recolectaba, se sublevó y llevó la protesta y la resistencia al terreno de la violencia.

Los bolcheviques son muy amantes de las estadísticas y de los gráficos; sienten por esa manera de exposición una verdadera flaqueza; sin embargo, o mucho nos equivocamos, o creemos que jamás dará una estadística de todos los asesinatos cometidos, de las aldeas arrasadas y quemadas y de las víctimas que han sido sacrificadas a esa política de errores. Al tiempo ponemos por testigo.

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