Diario de Bergen-Belsen. Hanna Lévy-Hass [epub]



«Si esto se prolonga un mes más, no creo que ni uno de nosotros logre salvarse.» 

Con estas palabras termina el diario que Hanna Lévy-Hass empezó a escribir un día de agosto de 1944 en el campo de concentración de Bergen-Belsen. Ella, una humilde maestra en quien coexistían sentimientos y vivencias en tanto que yugoslava, judía y comunista, alguien para quien cualquier lucha por la libertad era sentida como algo muy cercano y principal, en definitiva, una mujer que creía que el proceso histórico, la voluntad de las personas y la actividad consciente de éstas conducirían finalmente a una sociedad justa e igualitaria, había sido despojada de todo, humillada y vejada como ser humano. 

Mujeres en Bergen-Belsen

Y, aun cuando era consciente de cómo la bestia nazi intentaba reducirla día tras día a un estado animal, rodeada de rostros en los que podía leer el terror, el hambre y un miedo cerval, sacó fuerzas de flaqueza para no sucumbir a la desazón y conservar la dignidad que le permitiera seguir siendo ella misma. 

Consiguiendo pedazos de papel aquí y de allá, Hanna Lévy escribió el Diario de Bergen-Belsen cuando, según las palabras de su hija Amira Hass -la única periodista israelí que reside en Gaza y Cisjordania y que ha prologado la versión castellana del Diario, «todavía tenía la esperanza de que el mundo futuro sería un mundo mejor. Aquella escritura tenía sentido como testimonio y memoria para la construcción de “un mundo que sería bueno”».

Bergen-Belsen

BB. 19.8.44. Aquí se hacina gente de diversas capas sociales, pero predomina el tipo pequeñoburgués. También se da el capitalista típico, un tanto decadente. En general, todos manifiestan un comportamiento mezquino, egoísta y poco generoso. De ahí los interminables roces y conflictos. Y, para colmo, no falta algún que otro religioso intransigente.

La atmósfera es irrespirable. El hecho de que hayamos sido deportados aquí desde los rincones más diversos del mundo, y que se oigan más de veinticinco lenguas, no sería lo peor, si al menos estuviéramos unidos por una clara conciencia común. Pero no es así. Esta masa humana es heterogénea. Está hacinada a la fuerza en este exiguo espacio de tierra húmeda y polvorienta, obligada a vivir en las más humillantes condiciones y a soportar las más brutales privaciones, de modo que todas las pasiones y debilidades humanas se han desatado y revisten en ocasiones formas salvajes.

¡Qué vergüenza! ¡Qué triste espectáculo! Unos seres unidos por una miseria común que no se toleran y a cuya desventura objetiva hay que añadir su falta de conciencia social, su ceguera mental y las incurables enfermedades del alma en soledad. Algunos instintos egoístas han hallado aquí el terreno ideal para echar raíces hasta lo grotesco. Sería un error generalizar estos problemas. Pero los nobles valores individuales que se adivinan en algunos, su honestidad moral e intelectual, permanecen ocultos, impotentes.

Bergen-Belsen

BB. 26.8.44. Hay algo que me desconcierta profundamente, y es ver que los hombres son mucho más débiles, menos resistentes que las mujeres. Física e incluso, en muchos casos, moralmente. No saben dominarse y con frecuencia manifiestan una penosa falta de valor. En sus caras y gestos, el hambre provoca expresiones mucho más alarmantes que en los de las mujeres.

Muchos de ellos no saben, no quieren o son orgánicamente incapaces de controlar su estómago. Lo mismo pasa con la sed o el cansancio, con sus reacciones físicas a las privaciones más básicas. Carecen de fuerza para adaptarse con dignidad. Algunos tienen un aspecto tan lamentable que su desdicha es aún más penosa para el que los observa. En otros, su falta de disciplina es tal que raya con la maldad, con la avaricia no disimulada, con una deslealtad absoluta hacia sus semejantes, en medio de los mayores sufrimientos y desgracias comunes.

¿Será así todo el género masculino? No es posible. Cómo va a serlo… ¿Y esos hombres que se muestran fuertes ante todo tipo de pruebas, que saben sufrir y callar con dignidad en la lucha, calmar y doblegar sus instintos porque les guían unos móviles mucho más elevados y humanos que el estómago y otras necesidades puramente físicas? Ni que decir tiene que el espectáculo al que ahora asisto no es sino una prolongación natural del pasado de sus protagonistas. En la mayoría de los casos, el único problema son sus cuerpos, demasiado acostumbrados a satisfacer sin restricciones sus más bajos instintos, a mimar y llenar sus estómagos.

Bergen-Belsen

BB. 6.9.44. De nuevo ha vuelto la caza a los obreros. Sacan a los hombres de los barracones, violentamente, a puñetazos, a porrazos, a patadas. ¡Todos fuera! Raus! Hombres, mujeres, ancianos, jóvenes, enfermos o sanos, da igual. Antreten! ¡A formar!, en filas de cinco. Nos cuentan como el ganado, e incluso peor, porque a nadie se le ha ocurrido jamás verter sobre los animales tanto desprecio, tantos insultos, tanto ultraje… Y así, con Marsch! y Los!, es como se conduce al nuevo contingente de mano de obra. Es repugnante. ¿Hay alguien en este mundo comparable a la bestia nazi en bajeza y perversidad, en el arte de aniquilar al ser humano, física y moralmente? ¡Qué canallas!

No lejos de aquí, a unos quinientos o setecientos metros, se divisa claramente un pequeño campo aislado, rodeado de alambradas. En él están internados unos centenares de judíos húngaros. Pero ¡prohibido acercarse! Se comenta que reciben paquetes de comida del extranjero. Es un Sonderlager (campo especial), nos dicen los alemanes. «¿Judíos?», les preguntamos. «Sí». «Entonces —insistimos—, ¿por qué es un Sonderlager?». «Weil die haben spezielle Papiere» (porque tienen documentación especial), es la respuesta. Curiosa.



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