Los fundamentalistas cristianos norteamericanos. (Joe Bageant. Crónicas de la America profunda)



La iglesia de mi hermano es lo que se conoce como una iglesia baptista independiente. Depende tan poco de nuestro mundo que el tío me sale con cosas como «¿Sabes, Joey?, el otro día participé en un exorcismo. Ojalá hubieras estado allí». Las iglesias fundamentalistas independientes son, desde el punto de vista teológico, espacios difusos, con un sistema de creencias basado en cualquier interpretación de la Palabra de Dios que el «predicador Bob» o el «pastor Donnie» se atrevan a sugerir. Los miembros del clero surgen en el seno de la propia iglesia y por lo general son gente sin formación aunque, como la mayoría de los americanos, no se ven a sí mismos de esa manera. La falta de estudios superiores es la característica distintiva de los pastores fundamentalistas y pasa totalmente inadvertida para los fieles, quienes creen que cualquier escuela de formación profesional o, sobre todo, el seminario de su propia iglesia están a la altura de cualquiera de las infames universidades laicas. De hecho, los «colegios de enseñanza de la Biblia» son mejores porque en ellos no se enseña filosofía, ciencia, bellas artes, literatura en formas reconocibles como tales desde un punto de vista laico.

Este rechazo a lo que es visto como un «aprendizaje decorativo» ha sido un rasgo del fundamentalismo americano desde los tiempos de las iglesias de troncos, sigue proporcionando a nuestra nación carismáticos fundamentalistas cuya capacidad de análisis es francamente nula. Si a eso se añaden más de treinta años de desarrollo de las escuelas cristianas (arraigadas en el movimiento que luchó contra el fin de la segregación racial) y más de dos millones de estudiantes a escala nacional que asisten a esas escuelas, y otros millones de chicos fundamentalistas inscritos en las escuelas públicas, puede que empiecen a entender por qué tantos estados están reformando su sistema educativo con el propósito de sustituir las enseñanzas de Darwin por las fábulas de Adán y Eva, para que no nos quepa la menor duda de que David mató a Goliat, pese a la completa falta pruebas de que alguna vez existieran tales personajes.

Los miembros de Iglesia Baptista de Shenandoah son de ultraderecha, por mucho que lo nieguen. Ellos dicen que forman parte de la «mayoría», y si los números no mienten pueden atribuirse tranquilamente esa etiqueta con mayor razón que los liberales, a quienes exceden en número.

La certeza de que Dios existe es mayoritaria. Un 76% de protestantes, un 64% católicos y un tercio de los judíos están «absolutamente convencidos» de que es así, según datos encuesta Harris. Los miembros de la Iglesia Baptista de Shenandoah también forman parte de la mayoría en lo referente al nivel educativo. Son parte de ese 75% de norteamericanos que parece conformarse con acabar el instituto o los que piensan que un año o dos de estudios de cualquier cosa al finalizar la secundaria son más que suficientes. Un 25% de los que tienen derecho a voto son fundamentalistas cristianos, de acuerdo con los datos del Pew Research Center, y 20 de los 25 millones de fundamentalistas que hay en América votaron en las últimas elecciones.


Los estadísticos coinciden en que la asistencia a las iglesias es uno de los mejores indicadores para determinar si un votante es liberal o conservador. Según los estudios, un 62% de la clase trabajadora acude a la iglesia y un 89% de todos los norteamericanos se toma su religión bastante en serio como para asistir a alguna ceremonia u oficio religioso varias veces al año. Entre ellos hay un 36% que va a la iglesia por lo menos dos veces al mes. Las encuestas Gallup demuestran que entre una cuarta y una tercera parte de los norteamericanos son cristianos renacidos, un enorme paraguas bajo el cual se cobijan liberales renacidos como Jimmy Carter, incluso algunos cristianos ecologistas. La diversidad entre los fundamentalistas es mayor de lo que generalmente supone la gente de los sectores laicos. Pero considerándolos como un todo puede decirse que los fundamentalistas tienen tres cosas en común: son más blancos que una servilleta sin estrenar, de clase trabajadora (en la mayor parte de los casos) y solo han estudiado secundaria.

En cualquier caso, algunos evangélicos se apartan de lo establecido en un aspecto importante: ellos fuera, harían pedazos la Constitución para instituir la «ley bíblica» y los mandamientos del Antiguo Testamento, y aspiran a la creación a largo plazo de un Estado teocrático. Otros creen que nos acercamos rápidamente al Fin de los Tiempos y que pronto se verán cumplidas las más oscuras profecías bíblicas; igual que muchos de sus antepasados escoceses del Ulster, creen que cualquier clase de teocracia es indisociable del Fin de los Tiempos, y, aunque pocos lo confiesan abiertamente, algunos no se oponen a una guerra nuclear en Oriente Próximo, idealmente con la ayuda de Israel.

Como dice el hermano Mike, «Israel es la clave de todo. En el momento en que se fundó el Estado de Israel, se puso en marcha el Fin de los Tiempos». Esto significa que el Mesías puede regresar a la Tierra solo después de que se desencadene el Apocalipsis en Israel, el llamado Armagedón, asunto que la minoría influyente y poderosa de fundamentalistas tratan de fomentar a fin de precipitar el Fin de los Tiempos. El primer requisito era la creación del Estado de Israel. Hecho. Ahora, lo que se espera es que Israel se expanda por todo Oriente Próximo para así recuperar sus «Territorios Bíblicos». Lo que significa nuevas guerras. Los conservadores cristianos más radicales creen que la paz no conduce al retorno de Cristo, sino que es casi un obstáculo que retrasa el Reinado de Cristo en la Tierra, que durará mil años, y que cualquiera que promocione la paz es una herramienta de Satanás. Por ello los fundamentalistas apoyan todas y cada una de las guerras en Oriente Próximo, y muchos creen que las muertes de sus propios hijos son una especie de martirio sagrado. «Murió defendiendo los valores cristianos de este país». Esto es lo que se oye decir una y otra vez a los padres más radicales de jóvenes muertos. El desfile de féretros, sin embargo, ha hecho que al menos unos pocos se aparten del rebaño de cristianos militaristas.

La teología del Fin de los Tiempos o premilenarismo (una oscura doctrina concebida por John Nelson Darby, del movimiento fundamentalista de los hermanos Plymouth, en el año 1827) presenta muchas variantes. Pero todas se reducen a la creencia de que la Historia ha sido escrita por Dios y de que pronto llegará el Apocalipsis, según lo que establece el guión. La única esperanza es aceptar a Jesucristo como nuestro salvador personal. Así que si por una de esas casualidades de la vida uno practica el Culto al Éxtasis Eterno del Fin de los Tiempos, Dios lo llevará con Él al cielo y luego castigará con siete años horror y muerte a los que se queden sobre la faz de la Tierra. Surgirá un Anticristo y la guerra se extenderá a todos los rincones del planeta. Miles de millones de personas morirán. Por eso en el pre[…] los cristianos fundamentalistas, cuando ven lo que pasa en el mundo, piensan que el sida, la guerra a lado del globo, el crimen, la legalización de las drogas en algunos Estados y el deterioro medioambiental son la confirmación de que el plan de Dios ya está en marcha. El reverendo Rich Lang, de la Iglesia Metodista de la Santísima Trinidad en Seattle, dice: «Esta teología de la desesperación es muy seductora y hoy día está forjando la espiritualidad de millones de cristianos».

Los fundamentalistas más acérrimos de la idea del Fin de los Tiempos aplican su peculiar interpretación de la Biblia a todos los aspectos de la vida, incluso a los asuntos políticos de actualidad, con conclusiones tan predecibles como extrañas:

Las Naciones Unidas son una herramienta del Anticristo. Lo único que América debe hacer es difundir los Evangelios por todo el mundo.

No hay necesidad de preocuparse por el medio ambiente ya que no vamos a necesitar este planeta mucho tiempo más.

Hay que defender a Israel por todos los medios y alentar su expansión, ya que la Biblia anuncia que Israel debe dominar todas las tierras que se extienden desde el Nilo hasta el Éufrates, y solo cumplirá la profecía del Fin de los Tiempos.

Dios nos proveerá de un líder cristiano que será el guía del rebaño norteamericano, que es el padre elegido por Él para difundir los Evangelios por todo el mundo y librar a la Tierra del demonio.

Gary North
Por lo pronto se concentran en las labores de «reconstrucción» de nuestro país y lograr el máximo «dominio» interno, tal como proponen algunos núcleos integrados en las diversas Teologías del Fin de los Tiempos. Los planes de los «reconstruccionistas» son tan duros e implacables como una lápida, y la pena de muerte, primordial en el ideal de la «reconstrucción», está recomendada para una amplia variedad de delitos entre los cuales figuran el abandono de la fe, la blasfemia, la herejía, la brujería, la astrología, el adulterio, la sodomía, la homosexualidad, la agresión física a un progenitor y «la impudicia ante matrimonio» (solo aplicable a las mujeres). Los métodos bíblicamente correctos de ejecución incluyen lapidación, decapitación, ahorcamiento y la hoguera. Según Gary North, que afirma ser un economista reconstruccionista, la lapidación tiene preferencia, ya que las piedras abundan y son baratas. Dentro del mismo proyecto se contempla que la ley bíblica también acabe con los sindicatos, los derechos civiles y las escuelas públicas. El ya fallecido teólogo reconstruccionista David Chilton anunció: «El objetivo cristiano es la implantación universal de las repúblicas teocráticas basadas en la ley bíblica».

Casualmente, la República de Jesucristo, tal como la describen algunos cultos del Fin de los Tiempos, no sería solo un infierno legal sino también ecológico. La doctrina más pura del Éxtasis Eterno (las distintas corrientes que se adhieren a este culto sostienen que su doctrina es la más pura) piden que se renuncie a la protección del medio ambiente en cualquiera de sus formas, puesto que no habrá necesidad de seguir usando este planeta una vez que tenga lugar el Éxtasis.


Puede que ustedes no hayan oído hablar de reconstruccionistas como R. J. Rushdoony, David Chilton o Gary North. Pues les digo que, ya sea unidos o por separados, estos tres tipos han influido más en la Norteamérica contemporánea que Noam Chomsky, Gore Vidal y Howard Zinn juntos. Es cierto que ni el llamado reconstruccionismo ni el llamado «dominionismo» son las tendencias hegemónicas dentro del fundamentalismo cristiano en estos tiempos, ni lo han sido nunca. Pero desde la década de los setenta y a través de cientos de libros y cátedras, la doctrina del reconstruccionismo ha ido penetrando tanto en la derecha religiosa como en las principales iglesias protestantes, para lo que se ha valido también de los movimientos llamados «carismáticos» como el pentecostalismo, centrado en la sanación, la profecía y los dones tales como la capacidad de «hablar en distintas lenguas». Ya en los setenta y ochenta los discípulos de la doctrina de Pentecostés se agruparon para apoyar al magnate mediático cristiano Pat Robertson, haciéndolo rico y poderoso. A cambio él les dio el poder y la confianza necesarios para fundar movimientos con una fuerte carga política y emocional, como aquella iniciativa de 1973 destinada a revocar el caso Roe contra Wade que permitía legalizar el aborto en Estados Unidos. Una iniciativa que situó al pobre embrión en una categoría superior otorgándole un valor mediático hasta entonces inimaginable.

Este avance de los extremistas religiosos dispuestos a implantar la teocracia y el éxito con el que han logrado permear poco a poco las principales corrientes normales del Protestantismo fueron unas de las grandes historias secretas políticas de la segunda mitad del siglo XX. Los periodistas religiosos hablaban de todo menos de eso, en parte porque debían complacer a todas las muy diversas confesiones de las que informan. Pero también porque muchos ni siquiera veían lo que pasaba. Lo cierto es que miles de iglesias mayoritarias de las confesiones metodistas, presbiterianas y otras iglesias protestantes fueron desplazándose inexorablemente hacia la derecha sin darse cuenta. Ni que decir tiene que en la iglesia metodista que está al lado de mi casa nadie se ha enterado de la transformación que ha experimentado el mundo religioso en tiempos recientes. En cambio, otras iglesias mayoritarias con líderes más progresistas se acobardaron y terminaron recibiendo a los radicales con creciente reverencia. Supongo que no les quedaba otra opción que dejarse arrastrar por la marea evangelista si querían retener a sus fieles o incrementar el número de seguidores. Ahora bien, ¿podía ocurrir otra cosa si los cristianos más fervientes andaban afirmando que el lesbianismo era moneda corriente en los lavabos de las escuelas de la clase media de todo el país, y a causa de este horror y de otros semejantes juraban reconstruir una América a la medida de las enseñanzas del Antiguo Testamento?

Jeff Owens
El pastor Jeff Owens empieza a anunciar las actividades justo cuando me siento en la última fila de bancos de la Iglesia Baptista de Shenandoah. «Los hombres que quieran ir a la feria de armas de fuego y tiro al blanco en Claysburg, que se apunten para el bus después del oficio religioso —dice—. Los niños de diez años y mayores que quieran hacer el cursillo de medidas de seguridad, que se reúnan en la Sala Persa». A continuación anuncia el próximo Encuentro de Jóvenes Fundamentalistas y el de Adultos y Niños para «Salvar a un Pecador». También menciona eventos exclusivamente para mujeres como «¡Cosas de chicas!» (para muchachas de trece a dieciocho años) y «Poemas y canciones religiosas a la luz de la hoguera» (solo para mujeres adultas). Aquí todo el mundo está muy ocupado. El pastor Jeff es uno de esos temibles fundamentalistas supersanos, inmaculadamente pulcros, con una superfeliz sonrisa de 300 voltios que roza la histeria. Un hombre siempre mentalmente preparado, siempre alerta; para salvar almas, supongo. El pastor Jeff predica como los de la vieja escuela, levantando la voz gradualmente a medida que avanza el sermón. Compensa la falta de sonoridad en su voz con exclamaciones y exhortaciones, y machacando consignas una y otra vez, con una retórica muy propia del Sur que le ha sido muy útil a todo el mundo, desde Martin Luther King hasta Oral Roberts, basada en el ritmo y la repetición.

«Para mí ningún problema es pequeño —dice a los fieles—. Para mí ningún asunto de esta vida es pequeño. —La enumeración de cosas que para el pastor Jeff no son pequeñas dura un minuto entero, y al final consigue que ese “para mí” quede más grabado a fuego en las mentes que la lista de cosas que no son tan pequeñas. Aun así, cada punto de esa lista parece conmover a los oyentes—. Para mí ninguna noche en vela es pequeña, porque en una noche cualquiera podemos salvar la virginidad de una de nuestras hijas. Y para mí ningún problema es pequeño, porque para mí no hay gente pequeña… ni gente pobre… La contribución de los más ricos que se encuentran aquí esta noche —dice, como si realmente hubiera algún rico entre los fieles— no vale más que el óbolo de una viuda. Porque a los ojos de Dios no valen más los que dan un dólar que los que solo pueden dar un centavo. Para mí tú nunca serás pequeño, nunca serás un caso perdido o un ser insignificante porque para Dios tú nunca serás pequeño. No hay cosas pequeñas en este mundo. Ni pequeñas acciones, ni pequeños pecados, ni pequeños favores. ¡Y para mí no hay gente pequeña aquí esta noche!»

El mensaje sobre la valía de las personas es como un bálsamo para la gente que debe hacer un trabajo ingrato y sufre el peor de los desaires: la invisibilidad. La mayoría de los que acuden a esta iglesia no tienen una carrera profesional; a duras penas tienen un empleo y apenas son el telón de fondo de las vidas brillantes protagonizadas por profesionales y semiprofesionales de clase media. Al fin y al cabo, para que el mundo funcione alguien ha de cuidar del perro e instalar la cocina de 60.000 dólares que el honorable médico acaba de comprarse. Alguien tiene que pasar a retirar las monedas de un cuarto de dólar de las máquinas de las lavanderías y conducir el camión remolque cargado de muebles rumbo al almacén de Pottery Barn.

Mientras tanto, el cepillo circula discretamente, y el pastor Jeff empieza a soltar el rollo sobre las ofrendas. La variedad de las inflexiones de su voz no deja de sorprenderme. «¡Dios es generoso con todos vosotros! ¿A que sí?». Agradecida por el simple hecho de respirar, la congregación de fieles responde: «¡Síííííí! ¡Alabado sea!». «Entonces —chilla el pastor Jeff— ¿por qué sois tan rácanos a la hora de corresponderle?». Entre los fieles se oye un clamor de aprobación. Un letrero en la pared demuestra que los miembros de esta iglesia predican con el ejemplo. Allí se lee: EL SANTA BARBARA BUSINESS COLLEGE HA DONADO UN MILLÓN Y MEDIO DE DÓLARES PARA LA CAMPAÑA EVANGELIZADORA, lo que equivale a toneladas de calderilla para la gente trabajadora.



Suena un himno de fondo, la gente murmura. Una cosa está clara: nadie acude a esta ni a ninguna iglesia fundamentalista por la música. Esta nueva música sensiblera se esfuerza en no parecer un viejo himno religioso, y lo consigue. Es más bien sosa, con una melodía previsible y sin gracia, con notas torpes que suenan ocasionalmente para que las canciones parezcan complejas y «serenas». Solo podría gustarle al director musical de alguna iglesia o a una discográfica cristiana. Sin embargo, el repertorio de esta mañana era algo menos soso de lo habitual; han incluido una canción más o menos extraña que era una mezcla de cantinela infantil y pasajes metafóricos sangrientos, con una letra que decía: «Jesús me usó como un lienzo y puso su firma al pie escribiendo Su Nombre con sangre». Hay que decir que la Iglesia Baptista de Shenandoah no es una de esas iglesias pentecostales con una formación de guitarras eléctricas y batería junto al púlpito. Es más representativa de las iglesias de la América profunda, con su congregación de camioneros, contables, pequeños contratistas, mecánicos de coches, empleados bancarios y dependientes de tiendas de comestibles, los titulares de esos contratos basura que tanto se llevan en nuestra insegura economía moderna. A esos currantes les sobran motivos para sentirse económicamente precarios, porque son de los que tienen que apretarse el cinturón cada vez que Wall Street sufre una sacudida. Aun así se empeñan en creer que gozan de tantas oportunidades de alcanzar el éxito como cualquier ciudadano estadounidense, aunque no sean más que las piezas de recambio de la maquinaria de producción y servicios del país. Como engranajes funcionan de maravilla, nadie puede negarlo, y demuestran una gran deferencia hacia el jefe de turno, sea quien sea. 

La religión fundamentalista nos exige gratitud por todo lo que Dios nos ha concedido. De modo que esta gente está más que agradecida de ganar apenas tres dólares por encima del salario mínimo: «Al fin y al cabo, ¿no estamos mejor de lo que estaban nuestros padres?». Quizá, si no fuera porque la mayoría de sus padres contaban con seguro médico y se las apañaban sin que hubieran de trabajar los dos miembros de la pareja. Pero, claro, ellos tienen más «cosas» de las que llegaron a poseer sus padres. Así pagan por un par de zapatillas de marca para sus hijos más de lo que sus padres pagaban por la comida de un mes. Como la cifra de las nóminas ha ido creciendo con los años, su casa está repleta de chismes, y con eso les basta para creer que nadan en la abundancia y que tienen el deber de sentirse agradecidos, pese a que alguna que otra vez no les queda más remedio que comprar la comida con tarjeta de crédito. Porque en la India la gente pasa hambre, ¿no? De acuerdo: a juzgar por los traseros descomunales que ocupan los bancos de la iglesia, aquí nadie pasa hambre. Dios provee Big Macs y bollería industrial para todos. Son un montón de cosas por las que tenemos que dar las gracias, pero por encima de todo debemos estar agradecidos por formar parte de esta iglesia. Hay que reconocer que, a diferencia de las escuelas públicas o los centros cívicos, la iglesia fundamentalista es una de las estructuras sociales que todavía funcionan en América y donde todo el mundo es bienvenido, rico o pobre, bueno o malo.

Si echan un vistazo a los fieles que acuden a todas estas iglesias verán que no son en absoluto malas personas, solo trabajadores cuya vida interior fue aniquilada a golpes hacia finales del siglo XX. Forman parte del resurgimiento global del fundamentalismo que empezó a producirse cuando el materialismo se elevó triunfante después de la era de la Ilustración. (¡Pobre y querida Ilustración! ¡Qué poco duró! Solo faltaron para liquidarla del todo dos guerras mundiales, Verdún, Dresde y Auschwitz, los gulags, las armas nucleares y ahora el inminente desastre ecológico). Dos generaciones consecutivas de ciudadanos que se criaron en escuelas cristianas en medio de la hostilidad tenaz y el miedo avivados por la Guerra Fría. ¿Acaso debe sorprendernos que se vean tan seducidos por el anuncio del Apocalipsis? Todos y cada uno de ellos se asoman a la ventana en sus hogares y lo que ven coincide con lo que les enseñaron: se aproxima el fin del mundo.

Los fundamentalistas no pueden evitar que tantísimos ciudadanos americanos prefieran leer las páginas de los deportes el domingo en lugar de dedicar un par de horas al estudio de la Biblia. Pero hace tiempo que descubrieron que sí podían hacer algo respecto al gobierno: infiltrarse en él. Y fue así como empezaron a formar a los integrantes de la «Generación de Josué». Los estrategas fundamentalistas dejan bien claro en sus escritos que el propósito de la enseñanza en el hogar —al margen de la educación en las escuelas públicas— y en las academias cristianas consiste en formar a jóvenes militantes de la derecha cristiana para el futuro. El objetivo es colocar cada vez más creyentes en los puestos de influencia y cargos de gobierno. «La apatía de otros americanos puede convertirse en una bendición y una ventaja para los cristianos», escribieron Mark A. Beliles y Stephen K. McDowell en America’s Providential History, uno de los principales libros de texto del movimiento de la enseñanza cristiana en los hogares. Hoy nos encontramos con que la «Generación de Josué» sustituye a los jueces federales de centro o liberales por fundamentalistas cristianos, gente a la que además consigue colocar sin problemas en bufetes de abogados, bancos, cuerpos policiales y militares, gente preparada para actuar como «elementos influyentes basados en la fe religiosa», y abonan así el terreno para el advenimiento divino y el reinado de Jesucristo.


La capacitación de los militantes de derecha es mucho más sofisticada de lo que creen los moderados. A estas alturas resulta probable que la gente más informada ya esté al tanto de que los niños y jóvenes que en lugar de ir a la escuela han sido educados al estilo fundamentalista en sus propias casas disponen ahora de una red de universidades con docenas de campus por todo el país, cada cual con su bandada de cristianitos sonrientes, escuelas que vienen a ser clones de la institución creada por Jerry Falwell, la Liberty University de Lynchburg, Virginia. Pero ¿cuánta gente ajena a estos movimientos tiene una idea siquiera aproximada de cuán profundo y específico es el adoctrinamiento político en estas instituciones? Por ejemplo, el Patrick Henry College de Purcellville, Virginia, un colegio universitario exclusivo para gente que ha recibido la educación escolar en casa, ofrece programas de inteligencia estratégica, derecho y política internacional, todo desde un estricto «punto de vista cristiano» basado en la Biblia. Esta institución cuenta con fondos proporcionados por la derecha cristiana tan inmensos que puede ofrecer clases a un precio inferior a los costes.

El siete por ciento de los programas de prácticas becados por la Administración Bush fueron para los alumnos del Patrick Henry, y otros muchos fueron para licenciados de otros colegios universitarios religiosos. La administración también reclutó a muchos miembros del profesorado de estos colegios, y designó al activista cristiano de derechas Kay Coles James, exdecano de la Facultad de Gobierno dependiente de la Regent University; financiada por Pat Robertson, como director del Departamento de Administración de Personal del Gobierno de Estados Unidos. ¿Acaso existe un puesto mejor para reclutar fundamentalistas? Les aseguro que bajo la superficie de cualquiera de estos presuntos catedráticos es posible encontrar a un fanático fundamentalista. Lo sé porque en ocasiones he cometido el error de invitar a unas pocas de estas personas a un cóctel. Recuerdo a un jefe de departamento universitario que me contó que estaba mudándose a la zona rural de Misisipi, ya que era el mejor lugar para recrear la forma de vida típicamente sureña anterior a la guerra, basada en los «valores cristianos confederados». Por lo pronto, para cuando llegue el momento del Éxtasis todos los cristianos con las credenciales adecuadas podrán subir a los cielos. Pero me temo que tanto a ustedes como a mí, queridos lectores, nos esperan mil años de forúnculos. Así que más vale que vayan procurándose antibióticos porque, según el «índice del Éxtasis», el final está muy cerca.

2 comentarios:

Loam dijo...

Fundidos inextricablemente entre sí, capital, fe en dios y un nacionalismo exacerbado, dan como resultado un país cuya fanatizada población ignora hasta qué punto lo es. Si a todo ello añadimos su inmenso e históricamente inedito poder económico, bélico y tecnológico, el resultado es realmente espeluznante.

Salud

Erik Redflame dijo...

Así es. En España conocemos esto desde hace siglos, nuestra maldita Trinidad es la Corona, la Cruz y la Espada. Gracias por el enlace de Chomsky, muy interesante. Salud.