Anarquía y comunismo. Luigi Fabbri


Luigi Fabbri (Fabriano, 1877 - Montevideo, 1935), fue un militante anarquista italiano, escritor y educador, y durante la Primera Guerra Mundial agitador y propagandista. Padre de Luce Fabbri.

Fabbri fue por largo tiempo un contribuidor prolífico a la prensa anarquista en Europa y luego en Sudamérica, co-editor de L'Agitazione, junto a Errico Malatesta. Ayudó a editar el periódico Università popolare en Milán. Primero condenado por sus actividades anarquistas a la edad de 16 en Ancona, Fabbri pasó muchos años en prisiones italianas. Fabbri fue un delegado al Congreso Internacional Anarquista llevado a cabo en Ámsterdam en 1907.

Fue el autor de: Dictadura y Revolución (Dettadura e Rivoluzione), una respuesta a la obra de Lenin El Estado y la revolución; Vida de Malatesta, traducida por Adán Wight (publicado originalmente en 1936), este libro fue publicado otra vez con el contenido ampliado en 1945. Además escribió otros libros políticos. En Uruguay se dedicó a la docencia escolar y secundaria manteniendo sus ideas. Fue el padre de la anarquista y educadora uruguaya Luce Fabbri.

Un mal hábito, contra el cual es necesario reaccionar, es aquél tomado desde hace algún tiempo por los comunistas autoritarios de oponer el comunismo a la anarquía, como si las dos ideas fuesen necesariamente contradictorias, el hábito de usar estos dos términos, comunismo y anarquía, como si fuesen antagónicos entre sí, y el uno tuviese un significado opuesto al otro.

En Italia, donde desde hace más de cuarenta años estas palabras se usan como un binomio inescindible del cual un término completa al otro, y juntos son la expresión más exacta del programa anárquico, esta tentativa de no tener en cuenta un precedente histórico de tal importancia y de invertir además el significado de las palabras, es ridículo y no puede sino servir para generar confusión en las ideas e infinitos malentendidos en la propaganda.

No está mal recordar que fue precisamente en un congreso de las Secciones Italianas de la Primera Internacional de los trabajadores, llevado a cabo clandestinamente en los contornos de Florencia en 1876, que, bajo una propuesta motivada por Errico Malatesta, éste afirmó ser el comunismo el arreglo económico que mejor podía hacer posible una sociedad sin gobierno; y la anarquía (esto es, la ausencia de todo gobierno), como organización libre y voluntaria de las relaciones sociales, ser el medio de mejor actuación del comunismo. La una es la garantía de un efectivo realizarse de la otra y viceversa. De aquí la formulación concreta, como ideal y como movimiento de lucha, del comunismo anárquico.

Recordábamos en otra parte  que en 1877 el “Arbeiter Zeitung” de Berna elaboraba los estatutos de un “Partido Anárquico Comunista de lengua alemana”, y en 1880 el Congreso de la Federación Internacional del Jura en Chaux-de-Fonds aprobaba una memoria presentada por Carlos Cafiero sobre “Anarquía y Comunismo”, siempre en el mismo sentido. Los anarquistas entonces se llamaban en Italia más comúnmente socialistas; pero cuando querían precisar se llamaban, como se han llamado siempre desde aquel tiempo en adelante hasta ahora, comunistas anárquicos.

Más tarde Pietro Gori solía precisamente decir que de una sociedad, transformada por la revolución según nuestras ideas, el socialismo (comunismo) constituiría la base económica, mientras la anarquía sería el coronamiento político.

Estas ideas, como precisiones del programa anárquico, han adquirido, como suele decirse, derecho de ciudadanía en el lenguaje político desde el tiempo en que la Primera Internacional dio los últimos signos de actividad en Italia (1880-82). Tal definición o fórmula del anarquismo - el Comunismo anárquico- era aceptada en su lenguaje incluso por los otros escritores socialistas, los cuales cuando querían especificar su propio programa de reorganización social desde el punto de vista ecónomo, hablaban no de comunismo sino de colectivismo, y se decían en efecto colectivistas.

Esto hasta el 1918, vale decir, hasta que los bolcheviques rusos, para diferenciarse de los socialdemócratas patriotas o reformistas, no decidieron mudar nombre, retornando aquél de “comunistas” que se enlazaba a la tradición histórica del célebre Manifiesto de Marx y Engels de 1847, y que antes de 1880 era usado en sentido autoritario y socialdemocrático exclusivamente por los socialistas alemanes. Poco a poco casi todos los socialistas adherentes a la III Internacional de Moscú han terminado por decirse comunistas, sin tener cuanta alguna del significado cambiado de la palabra, del uso mudado que se hace de la misma desde hace cuarenta años en el lenguaje popular y proletario y de las cambiadas situaciones en los partidos desde 1870 en adelante, cometiendo así un verdadero anacronismo.

Pero esto se refiere a los comunistas autoritarios y no a nosotros; ni de parte nuestra habría razón alguna para discutir la cuestión si éstos se hubieran apurado, cambiando nombre, a explicar claramente cuál cambio de ideas corresponde al cambio de la palabra. Los socialistas transformados en comunistas han por cierto modificado bastante su programa, respecto de aquel que había sido fijado en el Congreso del Partido de los Trabajadores en Génova, por Italia, en 1892, y en Londres, para la Internacional Socialista, en el Congreso de 1896. Pero la modificación del programa vierte total y exclusivamente sobre métodos de lucha (adopción de la violencia, desvalorización del parlamentarismo, dictadura en vez de democracia, etc.); y no se refiere al ideal de reconstrucción social, único al cual las palabras comunismo y colectivismo pueden referirse.

Por lo que se refiere al programa de reorganización social, de arreglo económico de la sociedad futura, los socialistas-comunistas no lo han modificado en nada; no se han ocupado en absoluto. En realidad, bajo el nombre de comunismo está siempre el viejo programa colectivista autoritario que subsiste -con, en un trasfondo lejano, muy lejano-, la previsión de la desaparición del Estado que señala a las muchedumbres en las ocasiones solemnes, para distraer su atención de la realidad de una nueva dominación, que los dictadores comunistas querrían meterles sobre el cuello en un futuro más próximo.

Todo esto es fuente de equívocos y de confusión entre los trabajadores, los cuales se les dice una cosa con palabras que les hacen creer otra.

La palabra comunismo, desde los más antiguos tiempos, significa no un método de lucha, y todavía menos un modo especial de razonar, sino un sistema de completa y radical reorganización social sobre la base de la comunión de los bienes, del gozo en común de los frutos del trabajo común por parte de los componentes de una sociedad humana, sin que ninguno pueda apropiarse del capital social para su exclusivo interés con exclusión o daño de otros. Es un ideal de reorganización económica de la sociedad, común a varias escuelas del socialismo (comprendida la anarquía); ni fueron en absoluto los marxistas quienes lo formularon primero.

Marx y Engels escribieron, sí, un programa para el partido comunista alemán en 1847, trazándole las directivas teóricas y tácticas; pero el partido comunista existía ya antes de eso. Ellos aceptaron de otros la concepción del comunismo y no fueron en absoluto sus creadores.

La concepción comunista, en aquel magnífico laboratorio de ideas que fue la Primera Internacional, se fue precisando cada vez más; y adquirió aquel su particular significado, en confrontación con el colectivismo, que hacia 1880 fue aceptado de común acuerdo en el lenguaje político-social tanto de los anarquistas como de los socialistas: de Carl Marx o Carlo Cafiero, de Benedetto Malon a Gnocchi Viani. Desde entonces, por comunismo siempre se ha entendido un sistema de producción y distribución de la riqueza en la sociedad socialista, cuya dirección práctica era sintetizada en la formula: "de cada uno según sus fuerzas y capacidad, a cada uno según sus necesidades". El comunismo de los anarquistas, integrado sobre el terreno político de la negación del Estado, era y es entendido en este sentido, para significar con precisión un sistema práctico de actuación socialista después de la revolución, que corresponde tanto al significado etimológico cuanto a la tradición histórica.

Los neo-comunistas, en cambio, por “comunismo” entienden sola o prevalentemente el conjunto de algunos métodos de lucha y de los criterios teóricos adoptados por ellos en la discusión y en la propaganda. Algunos se refieren al método de la violencia o terrorismo estatal, que debería imponer por fuerza el régimen socialista; otros quieren significar con la palabra “comunismo” el complejo de teorías que van bajo el nombre de marxismo (lucha de clases, materialismo histórico, conquista del poder, dictadura proletaria, etc.); otros todavía un puro y simple método de razonamiento filosófico, como el método dialéctico. Algunos lo llaman, por eso -amontonando juntas palabras que no tienen entre ellas ningún nexo lógico- comunismo crítico, y otros comunismo científico.

Según nosotros, todos éstos están en un error; porque las ideas y los métodos de los cuales se habla arriba podrán ser condivididos y empleados también por los comunistas, y ser más o menos conciliables con el comunismo, pero por sí mismos no son el comunismo ni bastan para caracterizarlo, mientras podrían muy bien conciliarse con otros sistemas del todo diversos e inclusive contrarios al comunismo. Si quisiéramos divertirnos con juegos de palabras, podríamos afirmar que en las doctrinas de los comunistas dictatoriales hay de todo un poco, pero que lo que más falta es precisamente el auténtico comunismo.

Nosotros no contestamos en absoluto -que se entienda bien- el derecho de los comunistas autoritarios de llamarse como les parece y les place y de adoptar un nombre que ha sido sólo nuestro por casi medio siglo y que no tenemos intención alguna de renegar. Sería de parte nuestra una pretensión ridícula. Pero cuando los neo-comunistas discuten de anarquía y con los anarquistas, tienen la obligación moral de no fingir ignorar el pasado, tienen el elemental deber de no apropiarse del hombre hasta el punto de hacer de él un monopolio, hasta crear entre los dos términos -comunismo y anarquía- una incompatibilidad artificial cuanto falsa.

Cuando hacen esto demuestran estar faltos de todo criterio de honestidad polémica.

Todas saben cómo nuestro ideal, sintetizado en la palabra anarquía, tomado en su contenido programático de organización libertaria del socialismo, siempre se ha llamado comunismo anárquico. Casi toda la literatura anarquista es socialista en sentido comunista desde el fin de la Primera Internacional. El colectivismo legalista y estatal por un lado y el comunismo anárquico y revolucionario del otro, eran las dos escuelas en que se dividía principalmente el socialismo hasta el estallido de la Revolución Rusa en 1917. Cuantas polémicas, desde 1880 hasta 1916, no hemos sostenido con los socialistas marxistas, los actuales neo-comunistas, en apoyo del ideal comunista contra su colectivismo de cuartel alemán.

Ahora bien, su ideal de reorganización futura ha permanecido igual, y más bien ha acentuado su carácter autoritario. Entre el colectivismo que era entonces objeto de nuestras críticas y el comunismo dictatorial actual, la diferencia está sólo en los métodos y en alguna motivación teórica, no sobre el fin inmediato a alcanzar. Este se vuelve a enlazar, es verdad, con el comunismo de Estado de los socialistas alemanes de antes de 1880 -el Wolkstaat, estado popular-, del cual Bakunin hizo una crítica tan corrosiva; y también al socialismo de gobierno de Luis Blanc, refutado tan brillantemente por Proudhon. Pero se reenlaza sólo desde el punto de vista secundario político, del método revolucionario estatal, no desde el punto de vista económico suyo propio -organización de la producción y distribución de los productos-, sobre el cual Marx y Blanc tenían miras bastante más amplias y geniales que éstos sus tardísimos herederos.

El disentimiento, por el contrario, no está entre anarquía y comunismo más o menos “científico”, sino entre comunismo autoritario o estatal, empujado hasta el despotismo dictatorial, y el comunismo anárquico o antiestatal con su concepción libertaria de la revolución.


Que si de una contradicción en términos se debiera hablar, ésta habría que buscarla no entre el comunismo y la anarquía, que se integran al punto que el uno no es posible sin la otra, sino más bien entre comunismo y estado. En tanto hay estado o gobierno, no hay comunismo posible. Por lo menos su conciliación es tan difícil y tan subordinada al sacrificio de toda libertad y dignidad humana, como para suponerla imposible hoy que el espíritu de revuelta, de autonomía y de libre iniciativa está tan difundido entre las masas, hambrientas no sólo de pan, sino también de libertad.
Texto copiado del libro "Anarquismo y comunismo científico" de Luigi Fabbri



Nota: el texto no está completo, faltan los dos artículos de R. Rocker

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